"...Favole..." y su nombre resuena en cada rincón del castillo, martilleando el corazón helado del monarca afligido. Ataviado de luto, se dejó llevar hasta los abismos más recónditos de su nostalgia, y en su memoria encomendó el lastimoso recuerdo de aquella dama, traduciendo sus lágrimas de sangre en la pérdida de su más preciada joya...
Concibió su imagen siglos atrás, en la soledad de aquél paisaje lechoso, donde por primera vez vislumbró su cuerpo, tiritando e el sopor de la ventisca invernal. Y todavía hoy la recuerda, helada entre las nieves y sumida en las caricias de hermosos licántropos blancos.
(Victoria Francés, Favole I, Lágrimas de piedra)